lunes, 12 de diciembre de 2011

FELIZ NAVIDAD



Para muchos, la Navidad es tiempo de paz, o al menos eso dicen los villancicos y las tarjetas. Para otros, es el tiempo del estrés. Otros, en cambio, ven la festividad como un gran negocio, mientras que otros tantos adquieren en esta época deudas que durarán todo el año. Pero también, aunque sea en un pequeño porcentaje, estamos aquellos que aprovechamos para reflexionar en el hecho que cambió al mundo, que dividió la historia, que salvó nuestras vidas: la encarnación de Cristo.

Dios se hizo hombre en la primera Navidad (sin importar si ésta ocurrió en diciembre, junio, abril o cualquier otra época del año). Sin querer entrar en el conflicto del origen pagano de la celebración del nacimiento de Cristo en diciembre, sí queremos enfatizar la verdad transformadora de que Cristo sí vino al mundo. Dios envió a Su Hijo para salvarnos de nuestros pecados, para reconciliarnos consigo mismo, para enseñarnos a vivir como a Él le agrada.

Sin embargo, mientras queremos ser profundos, resulta difícil escapar de lo comercial, los regalos, las tarjetas, los clichés... Tampoco ha sido fácil ignorar la superficialidad de cierta fracción del cristianismo que toma el misterio de la Encarnación como pretexto para espiritualizar el consumismo de la época. Al mismo tiempo, la escena de la Natividad nos invita a contemplarla y a reparar en sus detalles.

¿Cómo puede ser posible que al Dios del Universo se le haya escapado ese pequeño detalle, un lugar en el mesón? ¿O es que, a propósito, el Dios Encarnado decidió ubicar las circunstancias de modo que pudiera nacer a propósito en el lugar más humilde?

Los cristianos nos hemos llenado la boca diciendo, "Quiero ser como Jesús, quiero ser como Jesús", pero en la realidad vemos a quienes se dicen "seguidores de Cristo" exigiendo lujos, demandando riquezas de Dios. En la escena de la Navidad no vemos a María quejándose, ni demandando algo del Señor. Ya podríamos imaginar a María gritando: "Señor, me apropio de tus bendiciones, ¿cómo es posible que el Mesías que llevo dentro de mi vientre no pueda nacer en un lugar adecuado? ¿No se supone que mi Hijo es el Rey? ¡Entonces debemos hospedarnos en un palacio, Señor!"

Ya nos dijo Pablo en Filipenses 2.5-11:
Haya, pues, en vosotros esta actitud que hubo también en Cristo Jesús, el cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y hallándose en forma de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le confirió el nombre que es sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús SE DOBLE TODA RODILLA de los que están en el cielo, y en la tierra, y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Si el mismo Hijo de Dios se humilló a sí mismo, nosotros también debemos estar dispuestos a hacerlo. Si Jesús no demandó riquezas, tampoco debemos hacerlo nosotros. En esta Navidad, tengamos el mismo sentir que hubo en Cristo Jesús.

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